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"El vol de la cendra" (Sloper, 2016) |
Una mujer elegante, alta
y delgada, que se esfuerza por pasar desapercibida y sin embargo atrae la
atención de todos los hombres del lugar en que se encuentra, ésta es la imagen
que acude a mi mente cuando pienso en la poesía de Joan Payeras. De movimientos
medidos y palabra justa, no acabará en el centro de un corro de borrachos a esa
hora en que se evita el reloj por no caer en depresión, tampoco obnubilará a
ingenuos con su retórica encendida sobre la vida o el arte; se moverá con gracia,
hablará lo justo, sonreirá o llorará, sin aspavientos, y dejará un recuerdo
indeleble de su paso por la fiesta.
Siempre que hablo de
poesía con Joan Payeras, en algún momento de la conversación aparecen las
palabras “silencio”, “despojamiento”, “concreción”. Pero por encima de todas
ellas destaca, con una luz intensa, la palabra “tiempo”. La última vez que nos
vimos confesaba: “Ya sólo soy capaz de hablar del paso del tiempo, de la
angustia y el terror que su huida me produce”. ¿Qué decir ante semejante frase?
En su último libro publicado,
El vol de la cendra, cuya gestación
es bastante anterior a la conversación antes referida, Joan Payeras logra, en
parte, esquivar su obsesión y nos ofrece un relato
antibelicista que huye de la historicidad para asentarse en el terreno de la
parábola. Una guerra que puede ser cualquier guerra, que de hecho es cualquier
guerra. Pero se puede ir más lejos: una guerra como metáfora de la vida, del
conjunto de horas adversas a las que todos debemos enfrentarnos. La mirada del
individuo en mitad del sinsentido, los retazos aislados y sorpresivos de
belleza, algunos recuerdos protagonizados por seres y lugares queridos, estas
pequeñas cosas, en principio insignificantes, se erigen como única posibilidad
de salvación. La verdad que el libro desnuda, su enseñanza moral, es antigua y
simple y no por eso innecesaria.
Dos influencias me atrevo
a señalar. De un lado, el desgarro cósmico, existencialista, de Raúl Zurita; de
otro, la economía de medios y la contención de José Corredor-Matheos. De la
lectura y asimilación de ambos poetas (y de una voz propia forjada libro tras libro) nace este poemario escrito originalmente
en catalán y que Sloper ofrece en edición bilingüe catalán-castellano. Una
excelente oportunidad para acercarse a la poesía de uno de esos poetas que no
acostumbran a estar en el ojo del huracán, que no aparecen en los suplementos
culturales, ni participan en recitales, ni se muestran muy activos en las redes
sociales (nuestro campo de batalla actual), pero que vale mucho la pena leer.
Primero
¿Y qué haremos con tanta ceniza? Como si un sol negro se fundiese sobre nuestras cabezas, como una lluvia negra y caliente en nuestros labios, una lluvia pesada que nunca termina, una agua negra y caliente que no moja, mientras nuestra lengua seca parece una piedra de sal, y nos miramos las manos llenas de sol negro, de lluvia caliente, de mundo que se va, que se ahoga.
¿Y qué haremos con tanta ceniza?
5.
Nada añoro
andamos todo el día entre el
silencio
porque el sonido del viento
o de las botas hundiéndose
en el barro
son nuestro silencio
los gritos de los oficiales
los gemidos y las canciones
son nuestro silencio
y no hay ruido
que estorbe lo que pensamos
y yo recuerdo las horas de
colegio
cómo lo hacíamos en el coche
de mi padre
o el color exacto del mar
de Es Trenc cuando tú lo
miras
puedo recordarlo todo
pero como si no me perteneciera
como si no me quedase deseo
ni añoranza.
9.
Hoy lo he entendido:
el miedo es una palabra.
No es como el barro,
la comida o la lluvia.
El valor no existe,
pasan los días
y lo que esperabas llega,
y eso es todo.
Y entonces, de repente,
sólo importa lo que está
ocurriendo,
y no hay nada que decidir,
no hay más opciones
que estar vivo,
con todo lo que estar vivo
conlleva.
15.
Como el vuelo de la
ceniza
que gira y gira
a las órdenes del viento
y de repente cae
quieta por unos instantes
como fundida con la tierra
antes de iniciar de nuevo el
vuelo
ligero azaroso sutil
nuestro vuelo como el vuelo
de la ceniza
con idéntica insignificancia
con idéntica belleza.
21.
Escribir la
palabra luna.
Levantar la cabeza
y mirarla.
Cerrar los ojos y en voz alta
decir la palabra dios,
temblando como un
niño pequeño
que no es capaz de
cruzar una puerta.
Abrir los ojos.
Ver la luna en el
mismo sitio,
y la puerta
cerrada.