En estos días extraños, todo el mundo está aprendiendo muchas cosas, o descubriendo cosas de sí mismos o de la sociedad o de la vida en las que nunca antes habían reparado. O se iluminan de pronto, como si el rayo del saber profundo atravesara sus almas o sus cerebros o tal vez sus corazones –ignoro las preferencias del rayo del saber profundo–, o la sabiduría final les llega después de varias noches de insomnio, tras arduas horas de meses, canciones recicladas del Dúo Dinámico y comparecencias de Fernando Simón. Esto me tiene preocupado y no puedo dejar de preguntarme qué haremos después con tanta sabiduría sobrevenida, con tanto Paulo Coelho o Jorge Bucay por las calles del mundo, por las redes del mundo, disparando frases que contienen, de una forma u otra, el sentido de la vida. Tanta luz y comprensión del ser humano, de las cosas que realmente valen la pena, del significado último de la existencia, de nuestro papel en el universo, no sé… ¿Podremos soportarlo? ¿Estamos preparados para algo así? ¿No será demasiada luz? Mientras tanto, me sumo a los aplausos de las ocho y a nuestro nuevo himno. Resistiré. UH, 07/04/20
*
Infectados
A la pandemia que ha trastocado
nuestras vidas, hay que sumarle esa otra pandemia que, como el cambio
climático, venía anunciándose tiempo atrás y que todos nos tomábamos a risa: el
síndrome del cuñado. Hoy los cuñados son legión, un ejército numerosísimo y
bien organizado. Tienen un plan y no cejarán en su empeño hasta ver colmadas
sus aspiraciones. Empezaron por difamar a los intelectuales. Si lo piensan, hoy
en día es imposible decir esta palabra sin sentir un ápice de vergüenza. ¿Por
qué su opinión va a ser más relevante que la mía? Su objetivo, claro está, era
llegar a los llamados expertos, con independencia del campo en que se
manejaran. Tomaron las tertulias televisivas. Empezaron por los programas del
corazón y, poco a poco, extendieron sus tentáculos hasta abarcarlo todo. Las
redes sociales fueron el medio ideal para expandir su ideología. Como los
grandes cataclismos, su eclosión llegó al grito de “¡libertad!”. Los que no
sucumbieron al virus, decidieron callarse para no ser recriminados por el cuñado
de turno que siempre, inexorablemente, sea cual sea el tema tratado, tendrá
opinión y, por supuesto, razón. Como en La
invasión de los ultracuerpos, están entre nosotros. Ya son la mayoría.
Usted y yo, quién sabe, tal vez estemos infectados.
UH, 21/04/20