Librería: En ocasiones, me
planto frente a la librería y recorro con la mirada los lomos apretujados, sin
distancia de seguridad, que descansan en ella. En ocasiones, agarro uno de esos
libros y empiezo a leer. Me parece fascinante que una tecnología tan rudimentaria,
tan antigua, sea capaz de albergar tanto en su interior. Esta tarde, por
ejemplo, alcancé Sostiene Pereira, de
Antonio Tabucchi, y lo abrí por la primera página. Calculo que leí esta novela
cuando era un estudiante de derecho. Ha llovido mucho, como suele decirse. Ha
sido adentrarme en los primeros párrafos y sentir cómo ese mundo dormido,
aprisionado en esas páginas, empezaba a cobrar vida. Ahí estaba el católico
Pereira, en la redacción del Lisboa, aburrido, despotricando contra la idea de
la resurrección de la carne, concertando una cita con Francesco Monteiro Rossi,
licenciado en filosofía. ¿No es un arranque magnífico? Una llamada inesperada
fruto de la casualidad, una cita con un desconocido. Acto seguido, he cerrado
el libro y lo he devuelto a su lugar. En ocasiones, con esto me basta. En
ocasiones, no me queda más remedio que abrir un documento Word y empezar a
teclear. ULTIMA HORA, 17/11/20
Fases de la escalada: Todo
empieza con restricciones a la movilidad por zonas, algo tan efectivo para
prevenir o curar la covid-19 como añadir pimiento picante a la sopa. Se pasa,
después, a los famosos cierres perimetrales, que se parecen mucho a las medidas
desesperadas que tomas cuando empiezas a intuir que todo está perdido, que en breve
van a cerrar la discoteca y aún no le has dicho nada a la chica que te gusta, y
mira que llevas cuatro horas pensándotelo, y te pides una última copa y te la
bebes de un trago y vas directo a la pista y cuando estás por decirle «hola,
qué tal» se encienden todas las luces y se te queda cara de tonto, la misma que
se nos está poniendo a todos a fuerza de no entender nada de lo que pasa. Sí,
ya sé, un mal ejemplo, poco adecuado a esta nueva normalidad. Pero sigamos.
Tras el cierre perimetral, llega el tan agotador confinamiento, que tanta
creatividad nos exige y que obra el milagro de hacernos añorar nuestro antiguo
trabajo. Pero la cosa no acaba aquí. Tras el confinamiento llega la extinción
masiva, en fin, nada que no se supere con un poco de tiempo. Dicen que la
Tierra ya ha vivido cinco o seis extinciones masivas. Y ahí vamos, a por la
siguiente. [UH-03/11/20]
Un viaje inesperado
Iniciamos la ruta en Fornalutx. En la placita junto a la iglesia, nos
pedimos un café. Yo tendría unos dieciocho años, aún no era excesivamente
sensible a la belleza del paisaje. Eso se adquiere con el tiempo. Por aquel
entonces, mis ojos eran medio ciegos para todo aquello que no fuera yo. Imagino
que mi padre debió hacer algún comentario sobre aquel pueblo de calles
empedradas. De allí seguimos dirección a los embalses. En el Gorg Blau
detuvimos el coche y caminamos hasta el agua. Era como estar en otro planeta.
Regresamos al coche. Pasamos por Escorca, por Lluc, pero no nos detuvimos. «Te
voy a llevar a comer el mejor chateaubriand de la isla», anunció mi padre. Yo
no sabía qué era eso. Al fin llegamos al restaurante Tango, en Port de
Pollença. Era a principios de los 90. Creo que el restaurante sigue existiendo,
pero en otro lugar, con otros dueños. Allí comí mi primera carne roja y
compartí mi primera botella de vino tinto. Hasta entonces, me relación con el
alcohol se reducía a los botellones propios de la adolescencia. Un mundo nuevo
se abría ante mis ojos. Ese día, algo despertó en mí. Lo recuerdo como el
inicio de un viaje inesperado. (Última
Hora, 20-10-20)
Escribir: ¿Para qué sirve
la literatura? ¿En qué consiste escribir? Todos los escritores ya dieron su
opinión. Las respuestas a esas preguntas imperecederas constituyen un género
literario. Podríamos llenar páginas y más páginas recopilando todo lo que
dijeron del asunto los diferentes escritores. Al final, esas respuestas no
proporcionan luz, al menos, no la luz que uno espera recibir después de
formular una pregunta. Esas respuestas buscan persuadir, por eso son un género
literario. Si tú preguntas dónde están los calcetines, todo lo que no sea «en
el cajón de arriba» es una pérdida de tiempo. Quiero decir, si tú me preguntas
dónde están los calcetines y yo empiezo a hablarte de lo fríos que se me ponen
los pies en invierno, de mi obsesión por evitar los charcos o de lo fabulosas
que resultan las tobilleras con bolsas de gel térmico, entonces no estoy
respondiendo a tu pregunta, estoy haciendo literatura. ¿Por qué? Porque busco
captar tu atención, porque busco seducirte. Entonces, esa pérdida de tiempo se
convierte —si el relato supo entretenerte— en tiempo ganado. Seguirás sin saber
dónde están los calcetines, pero esa pregunta ya no será importante. De
repente, podrás seguir sin conocer la respuesta. UH, 06/10/20
Addio, amore: Cuando leas esto, el otoño estará de vuelta. Ahora,
mientras tecleo, sigue siendo verano. Si miro por la ventana, puedo ver la
piscina de los vecinos. Pese al calor que ha hecho hoy, se diría inservible, en
pleno letargo. Hay un aire de despedida que lo impregna todo. Le debemos tanto
al verano. Los recuerdos llegan a ráfagas. Es otra piscina, creo que en Santa
Ponça, pero no estoy seguro. ¿De quién es ese chalet? ¿Qué hacemos allí? Un
grupo de chavales estamos nadando. Hay chicos y chicas. Debemos tener unos doce
años. Nos perseguimos, hacemos el tonto. Cuando Amelia, la hermana mayor de uno
de mis amigos, va a salir de la piscina, alguien le agarra del bikini y tira
para abajo y yo puedo verle el vello oscuro y eso me deja medio loco, sin
capacidad de pensar en nada que no sea ese nubarrón fascinante. También
recuerdo la vez que fui a buscar a mi amigo Paolo. Su madre, una italiana extrovertida,
eternamente bronceada, me abrió la puerta con los pechos al aire. Ciao, Javi, entra, Paolo è in camera sua.
Y yo entré, claro, fueron muchas las veces que entré en esa casa con mi
imaginación. Tantas cosas ocurrieron en verano. Addio, amore. Aún no te has ido y ya te echamos de menos. ULTIMA HORA, 22/09/20
Mascarilla
Me he infiltrado en la Liga de
Hombres y Mujeres Libres contra el uso de la Mascarilla. Después de
convivir con ellos algunos meses, lamento anunciar que, más allá de un
convencimiento cuasi religioso del tremendo mal que inflige la mascarilla a sus
portadores, no he encontrado un rasgo común capaz de homogeneizar dicho grupo.
Hay liberales de derecha que creen que la mascarilla atenta contra su sacrosanta
libertad a la hora de decidir cómo salir a la calle. Hay conservadores
democráticos y conservadores nostálgicos de otros tiempos que ven en la
mascarilla una especie de bozal que les dificulta ladrar lo que el cuerpo les
pide. Hay anarquistas antisistema adictos a Instagram que ven en las
mascarillas la punta de lanza de un sistema represivo adscrito al capital. Hay
izquierdosos de espiritualidad elevada que estiman que el uso generalizado de
la mascarilla es el primer paso hacia una sociedad robótica en la que el
contacto humano estará estigmatizado. Incluso hay socialdemócratas de cierta
edad, de carné y voto fijo, que se creen víctimas de una especie de saneamiento
demográfico. Pero lo mejor, sin duda, es la lección que extraigo después de
convivir con estos hombres y mujeres: incluso entre antagonistas, el acuerdo es
posible. Buenos días. UH, 08/09/20