lunes, 2 de enero de 2012

Diario de un hombre cojo [16]

lunes, 02 de enero de 2012

«GRACIAS A USTED POR EL TIEMPO QUE PERDIÓ».

Con esta frase, Juan Carlos Onetti se despedía de Joaquín Soler Serrano en el año 1977, tras una entrevista de algo más de cuarenta minutos para el programa A fondo, de Televisión Española. En la única entrevista televisiva que hasta la fecha ha protagonizado, Alberto Sancevá estuvo tentado de despedirse de la periodista con la misma frase: «Gracias a usted por el tiempo que perdió». El pudor y la falta de confianza en sí mismo fueron más fuertes que sus ganas, que su audacia, y acabó sonriendo y pronunciando un escueto y anodino «gracias». Este escueto y anodino «gracias» tiene que ver con la incomodidad que le produce el papel de escritor, de hombre de letras. Solamente en compañía de Jaime Castell o de Nuria Tamena puede explayarse a sus anchas, colocarse la máscara de escritor sólido e incisivo, seguro de sus opiniones, contundente, polémico. Pero cuando no se encuentra en compañía de su amigo o de su amante, entonces se diluye, pierde peso, se vuelve insustancial, casi invisible. Por esto siempre se ha sentido identificado con escritores como Josep Pla o como el propio Juan Carlos Onetti, si bien le sería difícil explicar el motivo de esta identificación así como la equivalencia existente en su mente entre el catalán y el uruguayo. Quizá tenga que ver con la aceptación de la propia ignorancia, de la propia insignificancia, que ambos, cada uno a su manera, asumieron como parte de su discurso. De todos modos, las veces que tuvieron que enfrenarse a una cámara, tanto Onetti como Pla salieron bien parados, siendo capaces, incluso, de decir algo mínimamente inteligente, cuando no, interesante. Alberto Sancevá no dijo nada interesante, nada inteligente, se limitó a balbucir respuestas previsibles, trilladas, aburridas. La periodista tampoco ayudó demasiado. Preguntas estúpidas merecen respuestas estúpidas, así se defendía de las pullas de Jaime Castell. Le gusta pensar que el escritor es un ser fundamentalmente solitario. Precisamente, Josep Pla, en su Quadern gris, escribió que «la soledad humana es un hecho biológico sagrado». En el escritor, piensa Alberto Sancevá, este hecho se agudiza. Después de esta defensa encendida de la soledad, del eremita, Jaime Castell le preguntó, en una de sus innumerables citas gastronómico-literarias, si el fin último del escritor auténtico era convertirse en ermitaño. Alberto Sancevá, en un momento de lucidez o de lo que, a la mañana siguiente, al recordar la charla de la noche anterior, pensó lucidez, dijo que más que de un fin se trataba de una tentación. La tentación del aislamiento. Que de uno solamente se conozca su obra, las palabras que dejó escritas, y no todas. Es mejor no conocer a otros escritores, es mejor mantenerse al margen, escribir y callar. Qué necesidad hay, se pregunta, de exponerse al público, de arrojar a los otros tus opiniones, el hecho de ser escritor. Cuanto más te conozcan, menos apreciarán tu literatura. La desmitificación es poderosa, inevitable. En este sentido, el doctor Eduardo Torres, en su ponencia ante el Congreso de Escritores de Todo el Continente (Americano) del mes de mayo de 1967, en el punto “k”, defendió que la mejor manera de dejar de interesarse por las obras de los otros autores consiste en conocer a estos personalmente. ¿Y a qué escritores, al margen de Jaime Castell, autor de dos poemarios invisibles, ha conocido personalmente Alberto Sancevá? Un puñado de nombres que inspiraron alguna que otra entrada en su diario (1 y 2), autores cuyos libros irán cogiendo polvo en la biblioteca universal del olvido, biblioteca que, tarde o temprano, terminará por arder. Nombres que anotaba feliz, ilusionado como un niño por poder escribir la anécdota, por tener un hueco en ella, por poder contarla, después, en alguna cena con Jaime Castell, o en los minutos de charla previos o posteriores al sexo con Nuria Tamena.